martes, 22 de noviembre de 2011

La fila del concierto

Pocos ambientes son tan pintorescos como la fila para un concierto. Perdón, voy a reformular: Pocos ambientes son tan pintorescos como la fila para un concierto en Costa Rica. Si alguna vez aflora aquel sempiterno estado del puravidismo es definitivamente en esas horas previas en las que se aguarda pacientemente frente al recinto que albergará el recital. Poco importa el género musical o la hora de la actividad, siempre queda espacio para un poco de camaradería, vacilón y chota muy al estilo made in tiquicia.

La última experiencia masiva que dejó esto muy en claro aconteció el pasado 20 de noviembre, cuando llegó el día del tan esperado concierto de Pearl Jam en suelo costarricense. En las inmediaciones del Estadio Nacional nos congregamos miles de personas dispuestos a disputar un campo privilegiado en el área de gramilla (mal llamada VIP). Dado que fue un domingo, la fila ya alcanza unos 500 metros cuando yo llego. Tengo que hacer un gran recorrido para poder encontrar a mi amigo Beto, que ha llegado antes, y conforme avanzo desfila ante mí un variopinto menú de personalidades. Los fans de hueso colorado con sus camisetas simbólicas, los que apenas conocen 2 o 3 canciones y que llevan camisetas de producción masiva, las chicas en tacones que parecen no pertenecer al ambiente, algunos grupos provenientes de otros países, los infaltables revendedores y su espíritu de buitres al acecho, los recolectores de latas de alumnio, los vendedores de capas de procedencia china y materiales de calidad dudosa, y bueno, los vendedores de casi cualquier cosa: chicles, confites, chocolates, patí, cigarros, cervezas y hasta... pachas de guaro. En efecto, un señor cincuentón pasa por la fila como quien no quiere la cosa, con un sospechoso bulto al hombro. De él saca, una vez lejos de las miradas de las autoridades, algunas cuartas de ron y guaro que anuncia en un precio (no podía ser de otra forma) inflado. Precio que al fin y al cabo a las gargantas sedientas de alcohol no parece importarles mucho. Sucede lo mismo con las cervezas y los cigarros, cotizadísimos artículos que incluso en algunos momentos llegan a estar escasos. Lo curioso con esto, por otro lado, es que los precios se prestan para la especulación. Ni las mismísimas bolsas de valores tienen tanto vaivén como sucede con el costo de las cosas durante las horas previas al concierto. Cerca de la hora del almuerzo la comida tiene un costo gourmet, cuando llueve las capas chinas aumentan mágicamente de precio y dejan de estar en 2x1, y ni qué decir de las entradas en reventa para el chivo; están más cercanas a la estratosfera que a los bolsillos de cualquier pobre mortal. Sin embargo cuando ha pasado la lluvia las capas se ofrecen en ofertas ridículas, cuando abren las puertas y la fila avanza la comida casi que se regala, y cuando ya ha empezado el concierto las entradas (a veces) se pueden conseguir hasta en un 50% menos del costo original.

Pero bueno, la gente lidia con todo esto con un humor increíble. La camaradería se hace presente y es fácil ver a dos desconocidos haciendo banca para comprar unas capas a medias. Algunos se inmiscuyen en la conversación de quien tienen a la par sin pedir ningún tipo de permiso (sí, Johnny, estoy hablando de vos, cuarentón simpático), sobre todo cuando el tema tiene alguna relación con la banda que estamos a pocos horas de ver en vivo. Poco a poco los grupos de extraños departiendo va creciendo hasta el punto en que las risas y las bromas se hacen notorias. Algunas personas son blanco fácil, como por ejemplo el señor que vende capas y augura todavía 3 aguaceros más, o los grupos de féminas que tienen la desgracia de pasar frente a los grupúsculos de machos. Debe ser el comportamiento de manada, o quizás la necesidad de alivianar las horas de tensión y de cansancio que ha provocado la larga fila. Nadie ejemplifica esto mejor que Víctor, un joven de Aserrí que hace fila desde temprano junto a su hermano. Llevan una bolsa con comida (hamburguesas), cervezas y una pacha de guaro. Están de buen humor y pronto se hacen amigos nuestros y de un grupo de panameños que viajaron para el concierto. Su caso no sería nada extraño excepto por el hecho de que a Víctor no le corresponde hacer fila allí, pues compró una de las localidades más baratas, y numerada. O sea que si quisiera podría llegar al estadio a las 9 de la noche sin pasar por ninguna incomodidad. Pero dice que a él no le importa, ya que "la gente pichuda está aquí", y aunque la plata no le alcanzó para la entrada más cara, jamás se perdería el ambiente previo. ¿Estaría hablando en serio? Contó la anécdota de otro concierto en donde hizo exactamente lo mismo, así que por lo menos despierta el beneficio de la duda. Ya han abierto las puertas y la fila se mueve, y Víctor queda atrás pues sigue congeniando con otra gente de la fila a quienes en su vida ha visto. Me hubiera gustado saber qué pasaba con él y su hermano, pero una vez que hemos cruzado el primer puesto de seguridad solo pensamos en correr para, luego de haber evacuado la vejiga, conseguir el mejor lugar posible frente al escenario. Pero eso, eso ya es otra historia.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Costa Rica, el recuento de los indignados.

Habría sido un viernes cualquiera de no ser por la visible acumulación de "onces" en el calendario. En parte gracias a la afición que tenemos los humanos a tales casualidades, y en parte por el creciente movimiento que protesta por el manejo político y financiero del mundo, se organizó por todo el orbe una serie de manifestaciones de los así llamados "indignados". El movimiento del 11-11-11 llegó también a Costa Rica, cuando básicamente a través de las redes sociales se lanzó el llamado a unirse a la causa y protestar a nivel local por un sin número de puntos que poco a poco van engrosando la lista del que, de existir, se llamaría "el manifiesto de la desfachatez política". Razones para indignarse sobran, y alcanzan para esta vida y otra más quizás. Bastaría por hacer un repaso tan solo de las noticias de las últimas semanas: El Seguro Social totalmente saqueado y en peligro, Un diputado con un récord criminal insólito, un sistema político-partidario-electoral totalmente infestado de corrupción impune, un poder judicial infiltrado y poco confiable, la incapacidad e ineficiencia en la administración pública y, finalmente, la confabulación e imposición de un plan fiscal que a todas luces le dará el coup de grâce a la clase trabajadora del país.

Estuve ahí a las 10 de la mañana, hora en la que se convocó a la gente con deseos de manifestarse. De entrada, una señora con acento español me da un papelito y me informa sobre la concentración. Ya ven, ya no nos basta con los frijoles, la papá y el ajo. Ahora también importamos indignados. Justo en ese momento alcanzo a ver también a tres estadounidenses de avanzada edad, plenamente identificados con pancartas. Según lo que puedo captar de su conversación, andan buscando algo qué comer, y no dudan en entrar al McDonalds que está ahí, cerquita. Una curiosa manera de protestar contra la voracidad de las corporaciones multinacionales.

Me acerco un poco al punto de reunión y, la verdad, veo muy poca gente. En algún momento incluso parece haber más personas arremolinadas frente al puesto improvisado del vendedor de películas piratas (y es que, siendo justos, el tipo las da probadas y todo). Ticos al fin y al cabo, tarde y a cuenta gotas van llegando más manifestantes. En su punto máximo de concentración (por ahí de las 10.30am) esto no alcanza, sin embargo, para tomar la Plaza de la Cultura, una de las consignas principales de la convocatoria inicial. Hay que reconocer, eso sí, que quienes están ahí lo hacen con pasión: llevan pancartas, gritan consignas, se disfrazan, pintan, se toman de las manos, se abrazan, hacen rituales, y sí, se indignan. Pero ¿es que acaso esto es suficiente?

En primer lugar habría que cuestionar la estrategia. Está muy bien dar el paso y querer trascender el facebook (donde es muy cómodo compartir un video o una noticia) pero ¿hacer la manifestación un día laboral en horas de la mañana? De sobra queda decir que el grueso de los presentes lo conformaban estudiantes, pensionados y quienes, por su trabajo (¿ONG's? ¿fotógrafos?), podían estar allí. Personalmente quiero creer que había mucha, muchísima gente que hubiera querido llegar, y no pudo. Tal vez en lugar de tener a un puñado de ciudadanos se pudo tener a miles, provocando un verdadero impacto en la opinión pública. Esto, por supuesto, me lleva a otra cosa. Una buena movilización debería estar acompañada de propuestas concretas para cambiar la situación política. Ciertamente se leyó en algún momento el "Primer Manifiesto Indignados Costa Rica", que en el fondo parece ser una interesante lista de demandas carente de una propuesta metodológica. Algo así como el "qué queremos" sin incluir el "cómo lo vamos a hacer". Hasta el momento, me da la impresión que este movimiento es apenas una convergencia de esfuerzos aislados y pasionales sin un norte claro.

Yo esperaría, por supuesto, que esto cambie. Que más gente salga de su embobamiento masivo y y despierte a la realidad. Que se den cuenta que el país está en manos de esos que ellos mismos pusieron en el poder con sus votos, y que los han defraudado al gobernar únicamente para sus intereses mercantilistas (desde hace ya muchos años). Que reaccionen con verdadero enojo ante la posibilidad de no tener una vejez digna o ante el implacable avance de la pobreza y el desempleo. Y que una vez que exista una fuerza apabullante que tome las calles con presencia abrumadora, surjan quienes aglutinen las distintas propuestas y les den un rumbo objetivo y realizable. Al fin y al cabo, el enojo definitivamente está en la calle. Solo falta canalizarlo un poco.

lunes, 16 de mayo de 2011

Perseo liberando a Andrómeda

Pequeño homenaje a un héroe cercano.

No tengo reparos en compararlo con un semi-dios moderno. Desde pequeño parecía no tenerle miedo a nada, y su intrepidez le llevó a coleccionar golpes, caídas y cicatrices. Todos estos infortunios, sin embargo, eran para él más bien pequeñas medallas de guerra, recuerdos de batallas épicas unipersonales. Con el tiempo fue creciendo y haciendo gala de ese carisma reservado a los inquilinos del olimpo. Las doncellas no se resisten a su paso y el camino de la gloria lo fue forjando en canchas de fútbol, un deporte que ha llegado a ser algo más que una pasión: es su propia gesta legendaria, algo así como Perseo liberando a Andrómeda antes de ser devorada por Cetus.

Este Perseo tiene también un gran corazón, escondido pero generoso dentro de toda esa majestuosidad juvenil. Desde ese centro toma la mayoría de las decisiones, dotándole de un ímpetu voraz y genuino que lo lleva a alcanzar sus metas. Nunca mira hacia atrás, y eso lo saben quienes, a distancia, le persiguen sin tener oportunidad de alcanzarle.

Claramente este Perseo tiene su propia Medusa, una góngora moderna llamada enfermedad de Still del adulto, a la cual debe hacer frente por que así estaba escrito en su destino por las inflexibles Moiras, dueñas de los hilos de la vida de las criaturas quiméricas. Son ellas las que dictan las suertes y las desgracias de los seres que nacen bajo el cobijo de la galaxia mitológica.

Esta Medusa ha sido un duro escollo. Capaz de convertir en piedra a cualquiera, no se ha dejado domar ni mucho menos cortar la cabeza. La batalla ha tenido momentos de gran ansiedad, y episodios de fuerte desesperanza que han sido una lenta tortura de diagnósticos erróneos, dolores, fiebres y noches largas de hospital. Pero nuestro héroe tiene una gallardía incólume, y aunque muchas veces le ha visto la cara al desconsuelo siempre se ha levantado: su fortaleza y valentía no son de este mundo.

En ocasiones recibe ayuda, ya de un Zeus desenfadado, ya de una Atenea amorosa, ya de un Hermes presuroso. Y por esto quizás, en ocasiones lo traiciona su enorme autoconfianza, tan típica de los seres extraordinarios. Pero corrige sobre la marcha, y sigue adelante, luchando contra los fantasmas que solo él puede ahuyentar.

Algún día, sublime, se erigirá sobre sus pies y mostrará orgulloso, en sus manos, la cabeza de la medusa que tanto le atormentó. Y un susurro se esparcirá por los cuatro vientos, llevando a todos la noticia de que a este semi-dios ya no habrá nada que lo venza, hasta que la muerte venga -mitad mortal al fin y al cabo- y le pida, después de muchas glorias y hazañas, que monte en su carruaje milenario.

martes, 1 de marzo de 2011

Tu nombre me sabe a yerba (de La Sabana)

Hacía varios años que esperaba este encuentro con vos. Quizás desde mis 8 o 9 años cuando escuchaba a mi padre cantar tus canciones con arrebatada inspiración, y aún con más fuerza desde que él mismo me contó cómo había conquistado a mi madre poniendo a todo volumen aquella hermosa canción tuya, la mujer que yo quiero, para que todo el barrio la oyera, pero en especial aquella flaca adolescente que poco tiempo después me llevaría en su vientre. Ya el amor de mis padres murió pero yo aún sigo recordando la historia y amando la canción que, cosas de la vida, al final no cantaste esta noche.

¿Sabés qué? Te perdono eso. Y te perdono también tu amistad con Oscar Arias, qué demonios. Al fin y al cabo para vos es otro intelectual de primer mundo, un premio nobel. Ignorás seguramente que el tipo se ha convertido en un megalómano neoliberal, y que por culpa de él y otros como él que han accedido al poder en los últimos años acá en Costa Rica se nos ha llenado de pobres el recibidor. Y perdoná que te lo mencione ahora, pero es que entre esos tipos y yo hay algo personal.

Comenzás a cantar para la libertad, y para nosotros, muchedumbre agolpada y maravillada con tu magistral talento que no merma a pesar del (evidente) paso de los años. Aún tenés esa tendencia a ser un soñador de pelo largo pero hay un gran agujero en tu cabeza, ahí donde alguna vez hubo una cabellera generosa. Así es el tiempo de cruel. Pero seguís derrochando esa energía bohemia, y nos invitás a olvidarnos de que el día siguiente es lunes. Al fin y al cabo, como vos decís, mañana es solo un adverbio de tiempo.

Tenés un carisma magnético, y hablás de manera elocuente y sincera. Te dirigís a una multitud de más de quince mil personas y aún así tus historias se sienten como un ejercicio de intimidad fraternal. Nos tenés en el bolsillo. Y luego comenzás a cantar de nuevo y terminás de ganarte mis buenas vibras por que me dejás cantarle a mi novia al oído que no hago otra cosa que pensar en ella y que menos su vientre todo es confuso.

Aún después de más de 30 años de carrera seguís dejando testimonio de tu orgullo por nacer en el mediterráneo, aunque esa canción ya dejó de ser tuya hace mucho y ahora es de todos aquellos que, como vos, derrochan amor por la tierra que les vio venir al mundo. Quizás por eso ya casi no la cantás, dejás que sea esta multitud en éxtasis la que recorra las líneas de la hermosa letra, vos solo te unís en los coros y también para poner fin a la explosión que significa aquella interpretación. Te despedís pero el público no va a permitir que te vayás así sin más, y no una si no tres veces regresás al escenario aclamado por el gentío. Todos te gritan sugerencias de canciones, pero es imposible complacerlos cuando tu repertorio ronda ya los 600 temas, y claro algunas se quedan fuera, qué le vamos a hacer, son aquellas pequeñas cosas.

“Déjenlo todo” – decís – “Háganse artistas. Ya verán… ¡ya verán el hambre que pasarán! Pero después es grandioso” – agregás. Y justo en este momento de mi vida siento esas tus palabras como mías: Se hace camino al andar, categórica sentencia sacada de un poema que una vez hiciste canción, brindándole el don de la inmortalidad.

Luego se acabó la fiesta y ya no salís más. En un reflejo de resignación la gente comienza a despejar el área del concierto. Vamos todos embriagados de tu música y tal vez con un poco de enfado por que el recital no duró toda la noche y vos, probablemente para irte a vagabundear por ahí, nos despachaste a casa poco antes de que dieran las 10.

martes, 15 de febrero de 2011

Las artimañas de Lucencio*

Cuando Vassily se levantó algo atolondrado aquella mañana particularmente ventosa, jamás sospechó ni por un segundo que aquel día podría ser el de de su muerte. Haciendo un esfuerzo por dejar de lado su odio por las pantuflas grises, se sacudió las sábanas de encima y se sentó un momento en el borde de la cama. Eran las 9 de la mañana. Nada como esa ausencia de culpa por las horas extra yaciendo en el lecho cuando se está en vacaciones.

En la cocina, descubrió la nota que Pietra le había dejado en el refrigerador: “Papi, me fui para el campamento. Nos vemos el lunes. Te amo. Pietra”. Por enésima vez, frunció el seño. Campamentos le llaman a esos retiros en donde un montón de adolescentes cachondos tratan durante todo el fin de semana de meterse en los pantalones de su hija. Pero en fin, con todo el asunto del divorcio de por medio, no le quedó de otra que darle permiso a su retoño y apuntar a ganarse unas cuantas simpatías. Y ¿ahora qué dices a eso, Natasya Ivanovna, ex esposa del infierno?

A las 10 y 13 minutos se acercó a la sala de televisión y encontró una segunda nota de Pietra sobre la mesita de centro. “Papi, esta es la peli que te dije que vieras. Cuando vuelva la comentamos. Te amo. Pietra”. Ese cuando vuelva la comentamos significaba nada más y nada menos que un mami ya la vió conmigo y me dijo que le había gustado. Echó un vistazo a la carátula: “10 cosas que odio de ti”. – Solamente el título podría encabezar la lista – pensó. Y de inmediato preparó el reproductor de DVD.

A las 12 en punto Vassily estaba alteradísimo, maldiciendo los nombres que iban rodando hacia arriba en los créditos finales por haber profanado la obra de Shakespeare y a su fierecilla de una manera tan atroz. Las artimañas de Lucencio reducidas a un ligero drama adolescente de pacotilla. A las 12 y 3 minutos el teléfono sonó.

- Vamos Manilof – le dijo a su compañero con algo de sorna – algún caso podréis resolver sin la necesidad de mi ayuda.
- No este, Vassily, no este – le respondió Manilof en un tono grave, gravísimo – Tu nombre está escrito a lo largo de todas las paredes del colegio.

A las 12 y 43 minutos Vassily estacionaba su auto en una zona verde de los terrenos del Colegio San Gregorio, como tantas veces lo había hecho al pasar a recoger a Pietra. Ahora la escena era una policial: cintas amarillas, sirenas, radios, hombres uniformados, gente asustada. Vassily, enfundado en su clásico impermeable amarillo, bordeó el caos y se adentró en el viejo edificio.

Su nombre, en efecto, estaba escrito a lo largo de todas las paredes. Manilof, agitado y sudoroso como siempre, lo puso al tanto. Los testigos afirmaban que un hombre había ingresado al colegio, fuertemente armado. Por ser fin de semana, sólo estaba allí un pequeño grupo de alumnos y un profesor guía, se disponían a partir de campamento. El hombre armado tomó a tres rehenes, y ordenó a los demás salir de las instalaciones. Algún alboroto se armó adentro mientras los ahora liberados llamaban a la policía. Cuando esta se hizo presente, el perpetrador había huido con sus prisioneros, aún no identificados por culpa del alboroto. Vassily agudizó la vista y notó que cada graffiti con su nombre se iba haciendo más pequeño conforme se adentraba en los pasillos del colegio. – Es un camino – le dijo a Manilof mientras comenzaba a seguir la pista. El último graffiti estaba escrito al lado de la vitrina de trofeos del colegio, no era más grande que una hoja de cuaderno. Mirando a ambos lados para asegurarse de que no hubieran más personas que él y su compañero, pateó con fuerza el cristal que protegía las reliquias, y sobre uno de los platones de oro, encontró una nota dirigida a él: “Sobre esta piedra edificaré mi venganza. Nosdriof.” – Tiene a mi hija – dijo Vassily con un nudo en la garganta.

- Nosdriof – explicaba Manilof poco después a los patrulleros que le acompañaron a seguir el rastro del maleante a través del patio trasero del colegio y posteriormente en las calles aledañas – era el antiguo compañero de Vassily. En algún momento desvió el camino, y se involucró con tráfico de drogas y de armamento. Vassily le descubrió, y lo delató. Ya lo conocen, él es todo un Serpico moderno – los oficiales, algo jóvenes, no entendieron esta referencia y miraron con extrañeza a Manilof. Él continuó, algo indispuesto – En fin, en el juicio se declaró culpable, y alegó que todo lo hacía para sacar adelante a su hijo, su única razón de existir. El jugarse la carta del “pobrecito” le sirvió, le redujeron la pena, pasó varios años en la cárcel, y ahora parece que ha regresado y quiere venganza.

A la 1 y 21 minutos la policía encontró los cadáveres de dos de los rehenes en un callejón aledaño a la Séptima Avenida. Se trataba de dos chicas de apenas unos 16 años, habían sido ajusticiadas con un disparo en la sien, una después de la otra. Pietra no estaba allí. El nombre de Vassily estaba escrito de nuevo en la pared de uno de los edificios adyacentes. En el piso, una nueva nota para él: “Encuéntrame en el lugar en el que me hiciste caer en desgracia. Si llegas antes de las 3 de la tarde, perdonaré la vida de tu hija y tomaré la tuya como pago. Si llegas después de esa hora, Pietra no verá la luz de otro día. Nosdriof. Pd: Nada de policías, llega solo o le meto una bala en la cabeza”. El recuerdo golpeó a Vassily con intensidad: las viejas bodegas detrás de la catedral, el plan, el traficante falso, la emboscada, el arresto, el juicio, los años de cárcel para su ex compañero. Y ahora esto. Una de las dos vidas iba cesar hoy si no pensaba con rapidez ¿la suya o la de su amada hija? ¿Qué haría Natasya Ivanovna? ¿Sacrificaría todo por que el fruto de su relación continuara viviendo? ¿Y por qué rayos ahora estaba pensando en la víbora? Entonces lo supo: -¡Cameron!- Exclamó - ¿Qué?- Respondió Manilof. – ¡Malditas películas!, no, no Cameron – replicó Vassily - ¡Lucencio!- ¿Quién demonios es Lucencio?- interrogó Manilof. Pero no obtuvo respuesta. –Debo irme ahora- dijo el detective - ¿A las bodegas?- asumió Manilof. –No, debo hacer primero una parada importante – dijo Vassily, alejándose. Mientras se enjugaba el copioso sudor, Manilof pensó que su colega acababa de perder la cordura. ¿Qué podía ser más importante que la vida de su hija? En el auto Vassily metió el pie en el acelerador y rogó porque no fuera demasiado tarde.

A las 2 y 49 minutos Nosdriof observó en la oscuridad a Vassily acercándose al centro del galerón abandonado. Desde la plataforma en la que se encontraba junto a Pietra era imposible ver su rostro con la débil luz, pero el inconfundible impermeable amarillo le dio seguridad. El miedo, en todo caso, se le notaba a leguas.

- Puntual como siempre – dijo con sarcasmo Nosdriof.
- Deja ir a mi hija, cumple lo pactado – respondió Vassily. Su voz se escuchaba lejana, como proveniente de un pasado doloroso.

Nosdriof se tomó su tiempo y bajó la plataforma arrastrando del brazo a la hija de su enemigo. Esta llevaba la boca vendada, y hacía vanos intentos por soltarse. Había estado llorando por montones. Después de un tiempo que pareció eterno, ambos hombres se encontraron frente a frente, a una distancia prudente. La penumbra era indescriptible, pero los ojos se iban acostumbrando.

- Tira todas las armas – ordenó Nosdriof.
Dos semi automáticas rodaron por el suelo. En un par de finos movimientos, Nosdriof arrancó la venda de la boca de Pietra, y le propinó un golpe en la parte trasera de la cabeza, dejándola inconsciente.
- Es un pequeño favor ¿sabes? Seguro que no querrá ver morir a su padre- dijo, con tremendo resentimiento – Y ahora – prosiguió- nos pondremos cara a cara para que mi sonriente rostro sea lo último que mires mientras te... Nosdriof se detuvo en seco, algo estaba mal. Se acercó más, y sus ojos se hicieron grandes como pelotas.
- ¿Pyotr?-dijo con incredulidad.
- Lo siento, yo… - respondió la otra persona.
- ¿Hijo?, pero ¿qué haces aquí? – Interrogó Nosdriof, con un dolor en el alma.
- Es lo mejor – resolvió Pyotr, y de inmediato el ex convicto sintió el pesado golpe del acero sobre la nuca. Cayó al suelo, y mientras el arma se escapaba de sus manos, entornó la vista. Ese que lo reducía, ese que ahora le ponía las esposas, que le decía sus derechos, era Vassily: había aparecido de la nada. Pyotr, de pie, impotente y ahogado en llanto solamente atinaba a repetir “lo siento, padre, lo siento, es por tu bien”.

–Hiciste lo correcto- le dijo poco después Vassily a Pyotr- salvaste muchas vidas hoy, la de tu papá incluída. – ¿Sabe lo difícil que es –respondió el joven- tratar de ser el héroe que tu padre nunca fue? Vassily no respondió. Vassily no lo sabía. Pyotr, cansado de esperar respuestas, le devolvió el impermeable amarillo y se alejó caminando bajo la lluviecita que comenzaba a caer.

- Eres tan inteligente, papi, ¡me salvaste! – Decía Pietra en el auto, camino a casa.
- Corazón, agradécele a Lucencio por su inspiración.
-¿A quién?
- Muy bien, muy bien –resopló Vassily – agradécele a Cameron…
- Papi, ¡viste la película! ¡Eres lo máximo!
“Toma eso Natasya Ivanovna”, pensó el detective en sus adentros.

Cuando Vassily se levantó algo atolondrado aquella mañana particularmente ventosa, jamás sospechó ni por un segundo que aquel día podría ser el de de su muerte. Y afortunadamente, no lo fue.

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* Cuento ganador del segundo lugar en el Décimo primer Concurso de Cuento Corto de 89decibeles.com


viernes, 4 de febrero de 2011

Un vacío multisensorial

Pocas experiencias en la vida tienden a ser multisensoriales. Eso se debe, quizás y en parte a que inconscientemente las evitamos porque, admitámoslo, pueden resultar amenazantes. Pueden significar abandonar la cómoda posición de los estímulos ya de por sí pre programados: las imágenes en la televisión, los sonidos de la radio, los olores revueltos de la ciudad.

Vacío, puesta en escena del grupo Abya Yala, trasciende la frontera de lo unisensorial y se aventura en un espectáculo en donde hay mucho que ver, oír, sentir y digerir. Al mismo tiempo. Desde la disposición de la sala hasta las luces, todo atraviesa la particularidad individual de cada espectador con una fuerza de huracán. No hay espacio para sutilezas, y por dicha que es así: la temática del montaje no puede permitirselo.

Vacío habla sobre las mujeres. O sobre lo que es ser mujer, lo que ha sido y tal vez, lo que será. Habla sobre esa injusticia histórica que le ha otorgado a las féminas la posición de ser siempre vistas a través de otros ojos, de otras miradas de esas que juzgan. Habla de la represión impuesta contra el deseo sexual y la libre exploración del cuerpo, de la falta de reconocimiento hacia la intrincada maravilla de la líbido femenina. Sobre la carga que es la maternidad vista como una mera obligación cuasi-rutinaria. Acerca de la presión social por la imagen-manía y las líneas perfectas. Sobre la vista gorda colectiva ante la violencia doméstica y de género. Acerca de la "traición" de la madre y la transmisión de los mitos que castigan a las mujeres a padecer una vida llena de estereotipos y prejuicios sexistas. Sobre la desafortunada inevitabilidad de la subsistencia de esos mitos. De la locura como medio de control social.

Por todo esto Vacío es un reclamo amargo, brillantemente puesto sobre el escenario a través de los olores, sonidos, sabores y sensaciones que embargan al público. Magistralmente logrado gracias a la presentación de las contradicciones entre la cruda realidad y los simbolos icónicos populares (desde los boleros hasta Marilyn Monroe). Es un ácido recordatorio de que "no todo está bien", de que la equidad tiene razgos utópicos. De que la imagen de mujer-madrevirginal-putaenlacama es una triste reminiscencia de nuestra propia construcción social.

Atrévase a explorar el teatro multisensorial. Vaya a ver Vacío y déjese amenazar. Falta que nos hace a todos.




jueves, 6 de enero de 2011

Señales*

En realidad resulta curioso pensar que en un día como hoy hace exactamente cuatro años Valeria se convenció de haber descubierto todo. Por accidente, pero descubrimiento al fin y al cabo. Al menos eso era lo que siempre decía, en las entrevistas personales, en las sesiones de terapia grupal, en las confesiones íntimas con sus familiares. Como su mejor amigo en aquel entonces fui el blanco de sus conjeturas, las más disparatadas y las más elaboradas. Debo decir que mi amiga siempre tuvo inclinaciones hacia lo excéntrico, característica que en el círculo de amistades siempre fue vista como una especie de “atracción”. Valeria era nuestra amiga, la loca, en el buen sentido de la palabra, si es que eso existe.

Sin embargo y a pesar de conocerla tan bien yo mismo experimenté una sensación extraña cuando me comentó su descubrimiento. Lo hizo con un tono sombrío que me provocó un escalofrío tan intenso, que aún hoy en día lo recuerdo perfectamente. Traía en su mano el periódico que su madre leía habitualmente. Me citó en el parque que queda cerca de su casa y que normalmente está desierto, básicamente por la falta de atractivos para cualquier mortal sobre la faz de la tierra (una mala administración pública, lo sé). De a poco el tono sombrío fue cambiando hasta convertirse en un frenesí, mientras Valeria pasaba las páginas del diario, señalándome lo que según ella eran pruebas inequívocas de la existencia de un mensaje oculto que se formaba con las primeras letras de todos los titulares de ese día. Yo por supuesto, y a pesar de la sensación incómoda, le seguí el juego, como siempre que ella traía a colación alguna de sus teorías sobre conspiraciones o fenómenos paranormales.

- Mae, y ¿qué dice el mensaje? ¿Nos van a invadir o algo así?

Sus ojos se abrieron mucho al escuchar mis palabras y casi podría decir que mi amiga se veía aterrada. Comenzó a pasar las páginas de nuevo, esta vez señalándome su descubrimiento, letra por letra, hasta que en una especie de susurro completó la frase que, en una asombrosa casualidad, se formaba:

3S LA H0RA DE PREPARAR EL CAM1NO.

Siempre fiel a mi espíritu escéptico, la intenté convencer de que aquello no sería más que una interesante anécdota para compartir en la próxima mesa de tragos, pero ella esta vez estaba tan empecinada que incluso terminó por mandarme al carajo ante mi falta de credulidad en su teoría.

Algunos días después me llamó por teléfono, prácticamente ignorando que me había mandado sin ningún rodeo a comer mierda. No me saludó siquiera, se le escuchaba sumamente alterada y hablaba muy rápido, ya que según ella, nos podían estar escuchando. Me soltó un rollo acerca de una preparación para un camino que traería a unos seres del espacio exterior, seres que vendrían a conquistar la raza humana y el planeta entero. Dijo que había personas acá que les estaban ayudando, una especie de infiltrados, traidores, les llamó. Todo esto, afirmó, lo había averiguado leyendo los periódicos de los últimos 3 años, los había conseguido en la biblioteca de la U, había pasado horas estudiando las “comunicaciones”. Luego colgó, diciendo que pronto me llamaría con nuevos “resultados”.

Eso, en todo caso, nunca sucedió. Me refiero a la llamada. Pasaron casi dos meses en que ninguno de nosotros supo nada en absoluto de Valeria. La dejamos de ver por completo. Ya muy preocupados, y después de varios intentos y miles de mensajes en su celular y en el muro del Facebook, logramos contactarnos con su madre. La señora estaba sumamente preocupada. Nos relató en medio de un amargo llanto que su hija tenía más de 40 días de estar encerrada en el cuarto. No salía del todo, y comía apenas un poco de lo que ella le dejaba en la puerta, último recurso al que apeló al ver que Valeria no abandonaba su fortaleza. Subimos tres de sus amigos más cercanos a su cuarto, esperando que entrara en razón. Pero no obtuvimos respuesta de ella, excepto por un papelito que deslizó por debajo de la puerta:

“Es demasiado tarde, se han apoderado ya de las redes sociales”.

Convencimos a su madre de llamar a profesionales en la salud mental. Así que un viernes por la tarde, tumbamos la puerta del cuarto y la sacamos de ahí en medio de patadas y mordiscos. Se negaba a irse de aquel lugar que ahora parecía una especie de calabozo. El olor en primer lugar era insoportable, y las ventanas estaban completamente cubiertas, provocando una penumbra total. Pero lo más impactante fue ver sobre la pared, miles y miles de recortes de periódico; estos tapizaban por completo los muros. Estaban ordenados de manera sistemática y cuidadosa. Su computadora tenía miles de ventanas abiertas, extrañas páginas en Internet sobre teorías variadas, y había también miles de miles de notas escritas a mano, en el suelo y por todas partes.

Algún tiempo pasó Valeria en el hospital psiquiátrico, varias veces fuimos a verla y aunque la medicación la había convertido en un ser ausente, al menos había dejado de lado sus ataques paranoicos. Nunca más la escuchamos referirse al tema de nuevo. Cuando los doctores la consideraron estable, le permitieron regresar a su casa, con la condición de que debía de seguir con el tratamiento.

Ahora que lo pienso, es aún mucho más curioso pensar que en un día como hoy hace exactamente tres años Valeria desapareció por completo. Si bien su madre la tenía bajo un estricto celo, un día, muy temprano por la mañana, entró a la habitación para darse cuenta que su hija, nuestra amiga, ya no estaba. Nos llamó a todos, ninguno le había visto. Se dio aviso a la policía, a los medios. En la noche yo llegué a la casa para ayudar y apoyar a la madre de Valeria, que estaba a punto de un colapso nervioso. Registramos la casa buscando algo que indicara su paradero, pero no encontramos nada, excepto por una nota, la última nota que se conoce de Valeria. Había ido a parar debajo de la cama, la escritura era reciente y la letra temblorosa:

YA VIENEN.

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* Cuento escrito hace un tiempo, apenas para inaugurar el 2011.