Aguas Zarcas es un pueblo curioso por muchas razones. Quizás una de ellas es que su nombre evoca una sensación de lejanía, aunque en realidad no es así: Se encuentra apenas a unos 20 minutos en automóvil del centro de Ciudad Quesada. El pueblo está dividido a ambos lados de la carretera que lleva hacia Pital, por lo que en muchas ocasiones es simplemente zona de paso. Aunque pueda causar sorpresa, también es
uno de los pocos lugares de Costa Rica que no tiene un parque. Es cierto, si se dan una vuelta por el centro, verán la iglesia y al frente... la calle, la parada de buses y negocios varios. Según cuentan, hubo alguna vez un proyecto para convertir una céntrica plaza de fútbol en el consabido parque, pero el plan nunca se concretó. Por ahora, la gente en las noches se reune en las esquinas. Además, en un buen día despejado, se puede ver la perfección cónica del volcán Arenal.
Desde mediados de este año y debido a mi trabajo como profesor de teatro en el colegio del lugar, he tenido que viajar constantemente al cándido pueblo de Aguas Zarcas. Nunca, sin embargo, había pasado más de una mañana- tarde allá. Nunca, hasta el pasado viernes. Y vaya que la experiencia iba a ser enriquecedora (nótese que escribo "enriquecedora" a falta de un buen eufemismo).
La primera señal me la dio uno de mis alumnos (José) por teléfono, en la tarde, mientras iba de camino por la sinuosa carretera a San Carlos. "Profe" - dijo - "usted se va a quedar en una cabina, pagada por nosotros. No es muy bonita eso sí" - A continuación, risas nerviosas. "Bah"- le respondo para suavizar su incomodidad- "no se imagina usted los lugares en los que yo he dormido".
Llego algo tarde pero después de un buen par de horas de ensayo, otro de mis alumnos, Carlos, me escolta hacia lo que será mi guarida nocturna. "No está tan mal" - me va diciendo - a veces yo voy ahí cuando quiero comprar cosas robadas". Ya no me ayudes tanto, compadre, siento ganas de decirle. Las calles son poco iluminadas y mi otro yo paranoico enciende las luces de alarma. Finalmente mis estudiantes han tenido suficiente de mis exigentes ejercicios teatrales y han optado por borrarme de la faz de este mundo y hacerlo parecer un accidente.
Pero mi otro yo nunca tiene la razón y esta vez no fue la excepción. Llegamos por fin al sitio, que podría pasar por clandestino de no tener pintado en letras blancas el nombre de "Hospedaje Hidalgo". Tocamos la puerta y una señora cuarentona nos abre. Ya ella está entereda de mi estancia, sin embargo, lamentablemente su esposo acaba de alquilar las habitaciones grandes. El siguiente diálogo toma lugar:
Cuarentona: Es que ustedes llegaron muy tarde.
Carlos: Y ¿dentro de cuánto se desocupan?
Cuarentona: Pues en unos treinta minutos más o menos.
Con mi cara de horror le comunico a Carlos que no quiero pasar la noche sobre cualquier resquicio de pasión amorosa entre dos desesperados y precoces noviecillos. Así pues, se decide que me hospedaré en una de las habitaciones pequeñas (nótese que uso "habitaciones" a falta de un buen eufemismo), y de inmediato avanzamos hacia allá a través de un pasillo estrecho y tan pobremente iluminado que le da una nueva definición a la palabra cliché. El cuarto es el número 14, y resulta fácil identificarlo por una maltrecha calcomanía de Igor el burro pegada justo encima del número. "Es pequeña" - dice la mujer -
Quise prolongar bastante mi búsqueda de alimentos pero una lluviecita tenue impulsada por un viento frío me hizo volver rápidamente a la cueva de los leones. Antes de sumergirme en las profundidas del cuarto (decisión que buscaba proteger mi integridad) logré captar donde se encontraban los maltrechos baños que habría de usar la mañana siguiente, si lograba recoger el coraje suficiente.
Dispuesto a encer
♪♪Un amor entre treeees no sustentaaaaa, eso es tan soloooo paaaara dooooos, tres no hacen parejaaaa, o tú y éeeeel, o túuuu y yooooo♪♪
Cuando se acaba la canción, noto que hay un bebé llorando a todo pulmón. No es tan prolongada la tortura ya qu
♪♪Cachamba, cachamba, qué vacilón, a la cachamba cachamba ¡ay hombre!♪♪
Un breve y inexplicable momento de silencio hace la magia y me duermo profundamente. Al menos hasta que una jauría de machus escandalosus llega. Les conozco bien: a men
Hombre 1: Mae ¿a esta hora estará abierta la licorera?
Hombre 2: No sé ¿por qué?
Hombre 1: Ocupo mandar a comprar un buen bombillo, me estoy muriendo del goterón.
Luego algún pobre desafortunado parece estar vomitando hasta los intestinos, lo cual me hace tener dudas acerca de levantarme e ir al baño, pero la idea del agua sobre mi cuerpo me parece excelente, sobre todo tomando en cuenta el festival de ácaros que debía tener encima.
Al regresar de la rápida ducha dispuesto a largarme de una sola vez, me encuentro con mi vecino roncador quien, para mi sorpresa, resultó ser una señora regordeta y simpaticona que me saluda con un buenos días mientras, displicentemente, se deshace de una lagaña poco discreta y descomunal.
5 comentarios:
OPB! Pero que noche, lo único bueno de ese mal rato fue este relato, los escritores necesitan de cuando en cuando alimentar su pluma con experiencias asi... Y lo mejor de todo: saliste ileso!
No estoy seguro de haber salido del todo ileso, pero ya el tiempo lo dirá.
Cachamba, cachamba, qué vacilón! jajaja demasiado bueno el relato, me he reído como hace rato no lo hacía :)
Qué bueno, Eli, que le hizo reír, aunque espero que no sea su costumbre regodearse con el mal ajeno, jeje. Saludos.
hno no se preocupe lo que para usted fue tremendo para otros es una mansion pero no se preocupe por la habitaci8on 14 lla le pusieron una aldaba de un portillo de una finca no muy lejana lo que pasa esa que si viene a dormir de nuevo a ese cuarto no se sorprenda si adento encuentra una vaca jajajajajajaja
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