domingo, 22 de octubre de 2017

Como el título de una película de Isabel Coixet

La verdad es que a mí siempre me encantó escucharte hablar. No, no. No estoy siendo zalamero, lo digo en serio. Siempre has tenido una extraña facilidad para decir las cosas de una manera... ¿Cómo te lo pongo? A ver: no te complicás con florituras y, sin embargo, al mismo tiempo, las cosas te salen hermosas, concretas, como con desenfado. Sí, ya sé lo que estás pensando. Exactamente todo lo contrario a mí, que me meto en estos enredos, que me pongo a dar estas vueltas en círculo para decirte algo que debería ser simple. Y bueno, tal vez esto no lo sabías, pero siempre te he envidiado por eso. Yo creo que es el mismo tipo de envidia que siento cuando veo las pelis de Isabel Coixet.  

Sí, ya sé que la última vez te quedaste dormida, pero ese no es el punto. Mi envidia tiene que ver con los títulos de sus trabajos. Por tu cara veo que ya sabés por dónde voy con esto. Y sí, estás en lo correcto. Vos sabés cómo me cuesta a mí ponerle título a los remedos de guiones que escribo. Me salen unas cosas horrendas, ambiguas, rebuscadas. En cambio a doña Isabel no, a la Coixet le ves cosas como "Mapa de los sonidos de Tokio" o "La vida secreta de las palabras" o qué tal esta maravilla de sus primeros trabajos: "Demasiado viejo para morir joven". 

Así que, insisto, aunque les envidio (a vos y a la Coixet) siempre me ha encantado escucharte hablar, incluso cuando me decis cosas como la de anoche. Hermosa, concreta, como con desenfado: 

"Siento que falta poco para que alcancemos nuestro punto de no retorno".