martes, 14 de diciembre de 2021

ClubdeLibros presenta “No necesitamos los subtítulos”.


Siete historias con un universo de personajes cuyos mundos se ven afectados por el encuentro con la otra persona, la emoción, la geografía, la familia, lo socio-económico y hasta el espectro de la diversidad sexual humana. Esto es lo que se puede encontrar en
“No necesitamos los subtítulos”, el nuevo libro del escritor costarricense José Morales González, editado por ClubdeLibros. Anteriormente, Morales González había publicado “Esdrújula es una palabra esdrújula” bajo el sello de la EUNED. El autor también resultó finalista del premio Joven Creación de la Editorial Costa Rica en el año 2012.



El rango de historias es variado: en La Habana, durante una gira de su grupo de teatro, Abigail enfrenta un dilema pasional cuando conoce a Guillaume, un agregado cultural que exuda pasión por la isla; enclaustrado en un hospital (y en el tedio) Juan acepta a regañadientes el interés “científico” por Paulo, su compañero de cuarto; Vielka debe sopesar qué le molesta más, si el hambre o los intentos de su “Vladi” por dejarla; En Montréal, Manon, quien está convencida de ser un personaje de algún sitcom gringo, presiona para conocer la verdad sobre su pareja, Mo, lo cual le traerá consecuencias insospechadas; Larissa se aferra al recuerdo de su ex pareja, Ana Sofía, y de un cuaderno artesanal de cocina a través de Anselmo, el menos probable de los intermediarios; Marta planea dar un curso introductorio sobre The Beatles, aunque sus amigas desconfían de sus verdaderos motivos; y en el cuento que da título al conjunto, el protagonista (quien se autodenomina un gourmet de las particularidades humanas) descubre en Ella una extraña amistad que le hace bajar sus escudos, a pesar de la resistencia de su abuelo y guardián. 

“Me tuvo en suspenso (uno casi cinematográfico) durante varios minutos. Y emocionalmente, algo devastada. He reído también” comentó la escritora ecuatoriana, Leira Araújo. Por su parte, Adriana Togneri, actriz argentina, relató que, en su opinión “el amor, la decepción, el pesar, la alegría, la vida y la muerte se entrelazan en estos personajes frescos que parecen flotar para hacernos estremecer”.

En Costa Rica el libro ya se puede conseguir en la Librería Francesa en San José, la Librería Andante y la Librería UCR en San Pedro de Montes de Oca y La Escalera Ilustrada en Grecia.

En Berlín, Alemania, el libro está disponible en la Librería Andenbuch, mientras que en España está disponible para consulta en la Biblioteca de Filología de la Universidad de Salamanca, y para la venta en Madrid, en la Librería Los Pequeños Seres.


lunes, 1 de marzo de 2021

Día de la madre

Ya de por sí toda la situación estaba siendo difícil de manejar para ella; Silvia (Silvita, tan buena) le había ayudado a conectarse desde la compu para la "celebración virtual". Algunos términos le eran familiares, claro, pero le era imposible enlazarlos de manera en que tuvieran sentido completo para ella. Se vio reflejada en la pantalla, sin saber exactamente qué clase de vericuetos tecnológicos eran necesarios para hacer posible tal cosa. Pensó que iba a sentir un gran fastidio con todo esto pero llegada la hora se vio aterrada, vulnerable, expuesta, como una persona tratando de superar la barrera del idioma en un país extranjero. 

Todos los demás nietos van a estar también, abue, le decía Silvita, tratando aún a última hora de venderle la idea. Constantemente, durante los  últimos quince días, sus tres hijos no habían parado de repetirle: Dale, mamá, no pasa nada, el próximo año nos reunimos, esta es la nueva realidad, es por la seguridad de todos, mirá que sos un caso de riesgo. Si hasta papá está de acuerdo. 

Pero algo pasaba. Más bien, algo pasó

Gerar habló primero, siempre lo hacía, suponía quizás que tendría algún derecho (o alguna obligación) por ser el hermano mayor. Al desconcierto inicial se unía esto ahora ¿Acaso estaba escuchando bien? ¿Realmente estaba Gerardo Antonio pronunciando aquellas palabras?

Algunas personas comenzaron a hablar justo después. Muchas estaban llorando, otras tenían un tono que parecía solemne pero calculador al mismo tiempo. Había en medio de todo el barullo un hilo de ideas al cual ella se aferró, era la primera cosa concreta que lograba visualizar en toda la tarde. 


Que qué injusticia con Carlos/papá. 

Que tantos meses sin sueldo.

Que finalmente ahora que levantaron un poco el confinamiento, el día en que por fin regresa a trabajar...

Que qué desgracia chocar el bus así, tan tontamente, ahora que no hay tantos carros en la calle.

Que qué tragedia terminar perdiendo un brazo así, tan dolorosamente.

Que ahora qué va a hacer él. 


Suficiente. Ella corre a refugiarse en el baño. Silvita la ha seguido, ella lo sabe, pero no se atreve a tocar la puerta. Escucha a su nieta regresar sobre sus pasos, acomodar la silla alta del desayunador para colocarse frente a la computadora, pero no habla. Nadie está hablando ya, ni siquiera Gerar.

La abuela se ha llevado su teléfono celular con ella, ese aparato que marcó la frontera de los avances tecnológicos. Aquí es donde trazó la línea imaginaria, hasta allí estaba dispuesta a aprender. Le trajo muchos dolores de cabeza, sí, pero por fin la habían dejado en paz con aquellos delirios de formar a la "abue superconectada". Además, ahora era su nuevo refugio. Lo había logrado dominar después de trabajosos intentos, y en este momento ocupaba el centro de su vida, desplazando incluso a la televisión. Pasados algunos minutos, finalmente,  se decide a desbloquear la pantalla para descubrir un largo mensaje de texto; alguien se había tomado la libertad de relatar los acontecimientos por escrito, y de acompañarlos con una sincera muestra de solidaridad.  

Durante unos segundos deja la mirada fija sobre la cortina de baño, que se mueve lentamente con la corriente de aire que entra por la ventana que da al patio. Ella sigue el vaivén casi imperceptible, hasta que decide volver a leer el mensaje. De inmediato una involuntaria mueca de alivio le abruma. Esto le genera demasiada confusión, y termina soltando un llanto que le sabe a piña agria.  Lee por tercera vez, para estar segura, para que no haya duda. 

El brazo que Carlos perdió es el único con el que suele golpearla.