miércoles, 11 de enero de 2012

El caso del diamante robado

Sonriente la Lucero.
Recientemente me llegó la muy buena noticia de que mi primer libro había recibido su aprobación para ser publicado por una editorial nacional. Del libro ya comentaré más en su momento, pero la alegría que me provocó esta buena nueva me transportó a uno de los momentos más felices de mi vida, allá por mis ahora lejanos 13 años.

Yo había comenzado a escribir desde los 12, luego de tres años de lectura activa y voraz. Intenté emular la aventura de uno de esos populares libros de dungeons and dragons, un regalo despreocupado de una de mis tías. En estos libros uno como lector tiene cierto poder sobre el desenlace de la historia, ya que al final de algunos capítulos aparece una serie de opciones que marcan distintos caminos en el devenir del libro y de la aventura del héroe de turno. Ignoro adonde habrá ido a parar el cuadernillo en el que, por aquel entonces, garabateé mi primer intento de novela. En los siguientes meses escribí algunas historias menores, también perdidas, hasta que escogí una para enviarla, con gran ilusión, a la Revista Tambor, una publicación bimensual que acompañó parte de mi niñez y adolescencia, y a la que recuerdo con gran cariño. Poco más de un año transcurrió hasta que, un sábado por la mañana, llegó a mi casa el número 231 de la revista, con su flamante fotografía de Lucero en la portada y con mi cuento adentro de sus páginas. A causa de la contentera, los gritos y los brincos terminé despertando a toda mi familia. Y no era para menos: ¡Me había convertido en un autor publicado!

Muchos años han pasado, y muchas páginas más he escrito luego de este episodio. Una vez, estando en una biblioteca pública encontré un ejemplar de la revista en cuestión (el original mío se había perdido, tristemente). Confieso que no dude en robármela, descaradamente, de los estantes de la biblioteca. Todo sea por el bien de los buenos recuerdos ¿no?

Y hablando de eso, acá transcribo, integralmente, mi primer cuento publicado "El caso del diamante robado". Espero sepan perdonar los claros errores de escritor novel. Que lo disfruten.

...

EL CASO DEL DIAMANTE ROBADO.
José Luis Morales, 13 años.
Cañas, Guanacaste.

Soy un detective privado de la ciudad de Virginia. De hecho, apenas gano para comer. Mi nombre es Sam y parece que todos los detectives se llaman así. Mi madre escogió el nombre muy bien.

Me encontraba un día como todos en mi oficina, mascando goma de mascar (o más bien un pedazo de papel, pues dinero no tenía). Pocos días antes, se había cometido un crimen que no había pasado desapercibido para ningún habitante de la ciudad: el robo del diamante Vermont, y los principales sospechosos eran Rany DeBone y su banda.


Estaba tan aburrido que salí de mi oficina, que ya se caía en pedazos, y me dirigí al bar de Carlitos (no puedo precisar la hora pues no tenía reloj).

Al entrar a aquel lugar, mi sorpresa no fue para menos: Allí se encontraban DeBone y su banda. DeBone parecía embriagado, ya que andaba de aquí para allá, bailaba, en fin, toda clase de locuras.

Antes de jugar a la botellas (la idea fue de DeBone) yo le noté en su mano izquierda un anillo, con el diamante Vermont sobre él. Antes de tratar de ser un héroe, preferí sentarme en un rincón y pedir un vaso de agua (no pregunten).

Cuando el maleante estaba a punto de besar a una linda muchacha, entraron a aquel bar varios policías, comandados por el comandante Robert Salinski. A mi ya me había caído mal de sólo verlo... Salinski se acercó a DeBone y le dijo firmemente: Está usted arrestado, tiene derecho a... bla... bla... bla. Fue despojado de sus armas, pero no le quitaron el anillo. Me levanté para avisar de aquel olvido pero, en el momento en que lo hacía, se apagaron las luces y casi dos minutos después se volvieron a encender. Volví la mirada hacia DeBone: ya no tenía ni el anillo ni el diamante. Rápidamente saqué mi pistola y pregunté al inculpado en el robo.

-¿Dime donde está el diamante?

Se acercó y me dijo:

-Lo tiene Salinski -dijo, señalándolo.

Este fue revisado y se le encontró el anillo, pero no el diamante. Al llevarse al policía corrupto, este gritaba:

-¡Traidor, traidor, me las vas a pagar!

DeBone fue encontrando las monedas que se le habían caído, en una búsqueda que realizó después del embrollo. Al salir de aquel lugar, noté algo que debí haber visto antes, DeBone cojeaba. ¿Por qué lo hacía? Poco antes de apagarse las luces no lo hacía. También noté que llevaba el pie izquierdo un poco levantado. Sin más ni más, me lancé hacia él y le quité el zapato: ¡ahí estaba el diamante! Sostuve a DeBone lo más fuerte que pude hasta que llegaron los policías. Lo mejor fue que los dos de la banda ya habían escapado, si no... El bandido fue llevado a la cárcel. Salinski fue juzgado y encontrado culpable de corrupción y complicidad en el crimen, y ambos cumplirán una gran condena en prisión.

Al parecer, Salinski fue partícipe del robo y, al darse cuenta que la policía había ideado un plan para detener a Debone, esto no le servía al ex-comandante, así que simuló haber arrestado a DeBone, para que este pudiera irse libre, pero cierto persona impidió que sucediera...

En cuánto a mí, cobré la recompensa, compré reloj, goma de mascar, arreglé la oficina, la convertí en casa y me retiré del negocio. Pero el detectivismo aún está en mí, y quién sabe, tal vez algún día vuelva a las andadas.