lunes, 16 de mayo de 2011

Perseo liberando a Andrómeda

Pequeño homenaje a un héroe cercano.

No tengo reparos en compararlo con un semi-dios moderno. Desde pequeño parecía no tenerle miedo a nada, y su intrepidez le llevó a coleccionar golpes, caídas y cicatrices. Todos estos infortunios, sin embargo, eran para él más bien pequeñas medallas de guerra, recuerdos de batallas épicas unipersonales. Con el tiempo fue creciendo y haciendo gala de ese carisma reservado a los inquilinos del olimpo. Las doncellas no se resisten a su paso y el camino de la gloria lo fue forjando en canchas de fútbol, un deporte que ha llegado a ser algo más que una pasión: es su propia gesta legendaria, algo así como Perseo liberando a Andrómeda antes de ser devorada por Cetus.

Este Perseo tiene también un gran corazón, escondido pero generoso dentro de toda esa majestuosidad juvenil. Desde ese centro toma la mayoría de las decisiones, dotándole de un ímpetu voraz y genuino que lo lleva a alcanzar sus metas. Nunca mira hacia atrás, y eso lo saben quienes, a distancia, le persiguen sin tener oportunidad de alcanzarle.

Claramente este Perseo tiene su propia Medusa, una góngora moderna llamada enfermedad de Still del adulto, a la cual debe hacer frente por que así estaba escrito en su destino por las inflexibles Moiras, dueñas de los hilos de la vida de las criaturas quiméricas. Son ellas las que dictan las suertes y las desgracias de los seres que nacen bajo el cobijo de la galaxia mitológica.

Esta Medusa ha sido un duro escollo. Capaz de convertir en piedra a cualquiera, no se ha dejado domar ni mucho menos cortar la cabeza. La batalla ha tenido momentos de gran ansiedad, y episodios de fuerte desesperanza que han sido una lenta tortura de diagnósticos erróneos, dolores, fiebres y noches largas de hospital. Pero nuestro héroe tiene una gallardía incólume, y aunque muchas veces le ha visto la cara al desconsuelo siempre se ha levantado: su fortaleza y valentía no son de este mundo.

En ocasiones recibe ayuda, ya de un Zeus desenfadado, ya de una Atenea amorosa, ya de un Hermes presuroso. Y por esto quizás, en ocasiones lo traiciona su enorme autoconfianza, tan típica de los seres extraordinarios. Pero corrige sobre la marcha, y sigue adelante, luchando contra los fantasmas que solo él puede ahuyentar.

Algún día, sublime, se erigirá sobre sus pies y mostrará orgulloso, en sus manos, la cabeza de la medusa que tanto le atormentó. Y un susurro se esparcirá por los cuatro vientos, llevando a todos la noticia de que a este semi-dios ya no habrá nada que lo venza, hasta que la muerte venga -mitad mortal al fin y al cabo- y le pida, después de muchas glorias y hazañas, que monte en su carruaje milenario.