jueves, 6 de enero de 2011

Señales*

En realidad resulta curioso pensar que en un día como hoy hace exactamente cuatro años Valeria se convenció de haber descubierto todo. Por accidente, pero descubrimiento al fin y al cabo. Al menos eso era lo que siempre decía, en las entrevistas personales, en las sesiones de terapia grupal, en las confesiones íntimas con sus familiares. Como su mejor amigo en aquel entonces fui el blanco de sus conjeturas, las más disparatadas y las más elaboradas. Debo decir que mi amiga siempre tuvo inclinaciones hacia lo excéntrico, característica que en el círculo de amistades siempre fue vista como una especie de “atracción”. Valeria era nuestra amiga, la loca, en el buen sentido de la palabra, si es que eso existe.

Sin embargo y a pesar de conocerla tan bien yo mismo experimenté una sensación extraña cuando me comentó su descubrimiento. Lo hizo con un tono sombrío que me provocó un escalofrío tan intenso, que aún hoy en día lo recuerdo perfectamente. Traía en su mano el periódico que su madre leía habitualmente. Me citó en el parque que queda cerca de su casa y que normalmente está desierto, básicamente por la falta de atractivos para cualquier mortal sobre la faz de la tierra (una mala administración pública, lo sé). De a poco el tono sombrío fue cambiando hasta convertirse en un frenesí, mientras Valeria pasaba las páginas del diario, señalándome lo que según ella eran pruebas inequívocas de la existencia de un mensaje oculto que se formaba con las primeras letras de todos los titulares de ese día. Yo por supuesto, y a pesar de la sensación incómoda, le seguí el juego, como siempre que ella traía a colación alguna de sus teorías sobre conspiraciones o fenómenos paranormales.

- Mae, y ¿qué dice el mensaje? ¿Nos van a invadir o algo así?

Sus ojos se abrieron mucho al escuchar mis palabras y casi podría decir que mi amiga se veía aterrada. Comenzó a pasar las páginas de nuevo, esta vez señalándome su descubrimiento, letra por letra, hasta que en una especie de susurro completó la frase que, en una asombrosa casualidad, se formaba:

3S LA H0RA DE PREPARAR EL CAM1NO.

Siempre fiel a mi espíritu escéptico, la intenté convencer de que aquello no sería más que una interesante anécdota para compartir en la próxima mesa de tragos, pero ella esta vez estaba tan empecinada que incluso terminó por mandarme al carajo ante mi falta de credulidad en su teoría.

Algunos días después me llamó por teléfono, prácticamente ignorando que me había mandado sin ningún rodeo a comer mierda. No me saludó siquiera, se le escuchaba sumamente alterada y hablaba muy rápido, ya que según ella, nos podían estar escuchando. Me soltó un rollo acerca de una preparación para un camino que traería a unos seres del espacio exterior, seres que vendrían a conquistar la raza humana y el planeta entero. Dijo que había personas acá que les estaban ayudando, una especie de infiltrados, traidores, les llamó. Todo esto, afirmó, lo había averiguado leyendo los periódicos de los últimos 3 años, los había conseguido en la biblioteca de la U, había pasado horas estudiando las “comunicaciones”. Luego colgó, diciendo que pronto me llamaría con nuevos “resultados”.

Eso, en todo caso, nunca sucedió. Me refiero a la llamada. Pasaron casi dos meses en que ninguno de nosotros supo nada en absoluto de Valeria. La dejamos de ver por completo. Ya muy preocupados, y después de varios intentos y miles de mensajes en su celular y en el muro del Facebook, logramos contactarnos con su madre. La señora estaba sumamente preocupada. Nos relató en medio de un amargo llanto que su hija tenía más de 40 días de estar encerrada en el cuarto. No salía del todo, y comía apenas un poco de lo que ella le dejaba en la puerta, último recurso al que apeló al ver que Valeria no abandonaba su fortaleza. Subimos tres de sus amigos más cercanos a su cuarto, esperando que entrara en razón. Pero no obtuvimos respuesta de ella, excepto por un papelito que deslizó por debajo de la puerta:

“Es demasiado tarde, se han apoderado ya de las redes sociales”.

Convencimos a su madre de llamar a profesionales en la salud mental. Así que un viernes por la tarde, tumbamos la puerta del cuarto y la sacamos de ahí en medio de patadas y mordiscos. Se negaba a irse de aquel lugar que ahora parecía una especie de calabozo. El olor en primer lugar era insoportable, y las ventanas estaban completamente cubiertas, provocando una penumbra total. Pero lo más impactante fue ver sobre la pared, miles y miles de recortes de periódico; estos tapizaban por completo los muros. Estaban ordenados de manera sistemática y cuidadosa. Su computadora tenía miles de ventanas abiertas, extrañas páginas en Internet sobre teorías variadas, y había también miles de miles de notas escritas a mano, en el suelo y por todas partes.

Algún tiempo pasó Valeria en el hospital psiquiátrico, varias veces fuimos a verla y aunque la medicación la había convertido en un ser ausente, al menos había dejado de lado sus ataques paranoicos. Nunca más la escuchamos referirse al tema de nuevo. Cuando los doctores la consideraron estable, le permitieron regresar a su casa, con la condición de que debía de seguir con el tratamiento.

Ahora que lo pienso, es aún mucho más curioso pensar que en un día como hoy hace exactamente tres años Valeria desapareció por completo. Si bien su madre la tenía bajo un estricto celo, un día, muy temprano por la mañana, entró a la habitación para darse cuenta que su hija, nuestra amiga, ya no estaba. Nos llamó a todos, ninguno le había visto. Se dio aviso a la policía, a los medios. En la noche yo llegué a la casa para ayudar y apoyar a la madre de Valeria, que estaba a punto de un colapso nervioso. Registramos la casa buscando algo que indicara su paradero, pero no encontramos nada, excepto por una nota, la última nota que se conoce de Valeria. Había ido a parar debajo de la cama, la escritura era reciente y la letra temblorosa:

YA VIENEN.

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* Cuento escrito hace un tiempo, apenas para inaugurar el 2011.

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