martes, 7 de julio de 2009

El presidente redacta un discurso

(Un pequeño cuento sobre la ironía en la política, a propósito de los hechos recientes en Honduras)

El despacho presidencial no era como se lo habían descrito. Se lo imaginaba aún más espacioso y acogedor, quizá con un poco más de clase además. Jamás pensó encontrar ese horrible cuadro gigante colgado en la pared, por ejemplo, o ese extraño sombrero de charro adornando uno de los estantes. Los haría remover en cuanto pudiera, por ahora otros asuntos le ocupaban.

Se acomodó en el viejo escritorio, mueble interesante de algún estilo clásico, tuvo que reconocerlo. En esta posición al menos le daba la espalda al horripilante cuadro. Le fue fácil encontrar lápiz y un cuaderno de apuntes, era mejor así, como la vieja escuela, nada de computadoras ni máquinas de escribir. Las ideas fluyen mejor cuando atraviesan la vía del lápiz, saliendo del cerebro y llegando al papel. Además, el que va a escribir no es un discurso cualquiera, debe ser de peso, debe llegar al alma, convencer hasta los más incrédulos. El mundo entero estará escuchando. Tarea titánica como para confiársela a un asesor de pocas aspiraciones en la vida. No, él escribiría el discurso de su puño y letra.

Hay que comenzar evocando a los grandes próceres, quizá a Francisco Morazán. Sí, llamarle por su mote “el paladín centroamericano”, por qué no. Sin embargo referirse a la gente con ese apelativo sería ir muy lejos: hizo un tachón sobre las palabras “queridos paladines modernos”. A continuación será imperativo mencionar los colores de la bandera, y claro, las cinco estrellas sobre la franja blanca. De cómo darle más relevancia a esta referencia fue algo que no supo de inmediato, puso un asterisco al lado de “estrellas” para desarrollar la idea más tarde. Se felicitó por lo que se le ocurrió a continuación: ¡el himno nacional, claro! Aquello de “defendiendo tu santa bandera, y en tus pliegues gloriosos cubiertos…” Subrayó “gloriosos” con bastante énfasis. Ahora necesitaba aterrizarlo un poco. Por un momento no se le ocurrió nada, se levantó un instante de su silla y recorrió la estancia con pasos lentos, muy lentos. Se repudió que la inspiración le llegara mientras observaba detenidamente el sombrero de mariachi, tan poco adecuado para una oficina de esa envergadura. Pero al fin y al cabo, la idea era muy buena, y la puso en el papel. Mencionará luego la importancia de las instituciones estatales, arduamente construidas gracias a los próceres, y a través de los ideales de patria. Con esta última palabra sintió que el lápiz comenzaba a vomitar líneas: de repente se vio escribiendo sobre la inviolabilidad de la constitución, sobre la fuerte tradición en el país del respeto a los sagrados derechos humanos, y ante todo sobre la ejemplar tradición democrática de la nación y el pueblo entero. Y ahora venía la mejor parte, acá debía poner a prueba su capacidad de líder nato. No dar más rodeos al asunto, y hablar de la necesidad de defender de posibles usurpadores esa tradición democrática tan arraigada en las raíces de lo nacional. Aún no llega a escribirlo, sin embargo. Tocan la puerta del despacho y de inmediato entra un funcionario de confianza.

- Señor, aguardan sus órdenes – dice en un tono innecesariamente sombrío. El nuevo presidente espera dos segundos para contestar. – Procedan con el arresto – replica con voz de mando.

El funcionario sale cerrando la puerta tras de sí. Mientras, el presidente reclina su cabeza y cierra sus ojos, al mismo tiempo que sonríe. El golpe de Estado acaba de quedar consumado.